En la ciencia, y en la vida en general, los éxitos normalmente no se deben a la casualidad, sino que son fruto de la causalidad tras el ingenio, el tesón y el trabajo continuados. Como me parece que a menudo mucha gente confunde estas dos palabras, me permito insistirles aquí en ambos conceptos.
Según el diccionario de la Real Academia Española, casualidad es la «combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar», y causalidad la «ley en virtud de la cual se producen efectos». Así, cuando se dice de alguien la suerte que ha tenido al conseguir tal o cual premio, o reconocimiento, por ejemplo el Nobel, en realidad las razones están más cerca de una causalidad tras probablemente una vida de esfuerzo, que a la casualidad de que se encontrara paseando por una calle de Estocolmo justo en el momento apropiado cuando los miembros del comité Nobel necesitaban un premiado para ese año.
Pero son también los propios científicos los que olvidan a veces la diferencia entre estas dos palabras. Es muy habitual encontrar artículos científicos en los que los autores, respetados científicos, han realizado un buen número de mediciones de una manera competente. Tras jugar alegremente con los datos encuentran una cierta correlación entre dos medidas y formulan una tan interesante como forzada hipótesis de causalidad. Lamentablemente, en muchos casos esto solo era debido a una mera casualidad buscada a propósito con una eficiente ingeniería de datos, pero sin poder sostenerse tras una evaluación rigurosa.
De igual manera que a los individuos, estos conceptos se aplican también a sociedades o países. Lo que hemos mejorado en las últimas décadas se debe a un esfuerzo colectivo, quizás no suficiente, pero muy meritorio de muchísimas personas. Y también la situación en la que nos encontramos en España ahora se ha producido por nefastos comportamientos anteriores, no por una serie de casualidades. Todos deberíamos asumir que para asegurar nuestro futuro no podemos depender de la casualidad, sino que tenemos que crear las condiciones para que se produzcan los efectos deseados. Me temo que la única receta conocida es garantizar la convivencia, cuidar a nuestros jóvenes con una educación de primera y promover un entorno científico y tecnológico fértil.
Aunque la vida es tan compleja como para que casualidad y causalidad puedan aparecer de la mano en muchas ocasiones, les sugiero que se agarren a las seguridades de la causalidad y no se dejen cautivar demasiado por los cantos de sirena de la alegre casualidad.