Nunca podré olvidar el día de Reyes de hace dos años. Esa tarde, por aquel entonces, mi ex pareja me llamó para verle en su casa. Hacía tan solo dos meses que le habían diagnosticado un cáncer. Pese a que teníamos contacto y que desde el principio me interesé por su estado de salud, incluso llegué a decirle que sería un buen momento para retomar nuestra relación, truncada por discusiones absurdas en las que prevalecía más el ego que la razón, siempre se mostraba esquivo y tampoco quería confesarme el estadio en el que se encontraba su enfermedad.

Estando allí juntos, compartiendo vivencias, risas y silencios, recibió una llamada telefónica de su hermana para recordarle su cita al día siguiente en el hospital donde le estaban tratando. En esa conversación entre hermanos surgió de repente la aplastante realidad de una frase dicha despreocupadamente:

Llevo el justificante de que soy un enfermo oncológico de Nivel IV.

Esa frase cayó como un mazazo al descubrir la cruda realidad. Su cáncer estaba en un estado avanzado y no tenía cura. Me levanté sin decir nada y, refugiándome en su habitación, me puse a llorar. Al momento, él vino, me besó y me preguntó si ese ofrecimiento que le hice meses atrás de quedarme a dormir en su casa cuando lo necesitara seguía en pie. Yo sabía lo que eso significaba, los dos lo sabíamos. No dudé. Le contesté con un sí rotundo, con un sí que significaba compartir todo con él, los buenos momentos y los malos.

juntos

Durante esos 11 meses que estuvimos juntos, fui feliz, más feliz de lo que nunca he sido. Compartimos risas, pizzas, películas y libros, y también compartimos noches en vela, horas en el hospital, la incertidumbre, el miedo y la aceptación de su marcha prematura.

Cuando le cuento a la gente que me encuentro que perdí a mi pareja hace un año y en estas circunstancias, me preguntan llenos de compasión:

¿Y cómo estás?

Siempre contesto lo mismo:

Estoy bien, pese a la tristeza de que él no esté aquí conmigo. Pese a que él ya no pueda disfrutar de la vida, ya que era un “disfrutón” como dicen sus amigos. Esta experiencia, por encima de todo, me ha dado paz y me ha hecho crecer como persona.

El trabajo policial, en mi corta experiencia, consiste en eso, en darse a los demás. Trabajamos para que las personas que han sido agraviadas por un delito puedan tener justicia y para que el resto de la sociedad pueda tener seguridad. Si afrontamos nuestro trabajo pensando más en los demás, al final del día habremos crecido un poco más como personas y cuando vayamos a dormir, nos sentiremos más orgullosos de nosotros mismos y del uniforme que llevamos.